“Más allá del bien y del mal, hay un campo, ahí te encontraré.”
– Rumi
Las sociedades humanas son tan diversas que es muy difícil hacer generalizaciones verdaderamente universales a partir de estudios comparativos de culturas. Las regularidades y similitudes en la forma evolutiva existen en diferentes sociedades. Constantemente, las sociedades evolucionan con el tiempo. Esa evolución no solo se refleja en sus instituciones (por ejemplo, el gobierno) sino también en los individuos. De acuerdo a Elman Service (1915-1996), un reconocido antropólogo cultural estadounidense, una de estas evoluciones humanas es el tribalismo, que es una organización social basada en el ‘parentesco’.
Muchos creen que la forma primordial de organización social humana es tribal. El aspecto tribal de los pueblos y la dinámica de poder entre los mismos ha llamado la atención en el estudio de las sociedades. Muchos argumentan que uno de los medios para estudiar el poder, es a través del tribalismo. Aunque existen diferentes definiciones de tribalismo; este se puede definir como la lealtad a su “propia gente”. En palabras simples, las personas tienden a favorecer a otras personas que comparten los mismos valores, estilos de vida o idiomas (parentesco). Este tribalismo permite tener un cierto orden social. Este orden puede ser reflejado a través de varias prácticas, como por ejemplo el feudalismo, el comunismo o el capitalismo.
El estudio del tribalismo en las sociedades es algo fascinante. En estudios cultuales, a principios del siglo XIX, la mayoría de los académicos asociaban el tribalismo al comportamiento de las personas, ligado grandemente a la raza de dichas personas. Es Franz Boas (1858-1945), el gran antropólogo alemán, quien argumentó que el comportamiento no está anclado en la raza o la biología de las personas, sino en el ambiente. Según Boas, el comportamiento se construye socialmente hasta la médula, producto del contexto donde se desenvuelve la persona.
Es en contextos sociales específicos donde el tribalismo se fortalece a través de un orden basado en comportamientos ‘unificados’. Antiguamente, quien dictaba el comportamiento de un grupo eran los líderes de la comunidad, esto con el objetivo de mantener un cierto orden social. Estos líderes normalmente eran los ancianos del clan. Para poder conseguir este orden social, las personas experimentaban lo que Ernest Gellner (1925-1995) acuñó como “la tiranía de los primos.”
La tiranía de los primos se refiere al poder que los lideres, en pequeñas jerarquías, ejercían sobre otros. Estos líderes eran considerados la elite y esta elite decidía qué se hacía, con quién uno se casaba, dónde uno vivía y básicamente dictaban cualquier decisión importante de vida. La voluntad de seguir estas reglas determinaba si los miembros de la sociedad eran bienvenidos en esa comunidad o no. El ser parte implicaba aprobación y apoyo de la comunidad. El violar las reglas de los “primos” tiránicamente conllevaba a la vergüenza, la burla, la expulsión social o la muerte.
La importancia de entender el concepto de la tiranía de los primos radica en el hecho de que las personas buscan aprobación. Dado que los seres humanos se organizan en jerarquías sociales, el reconocimiento suele ser relativo más que de valor absoluto. Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770 1831), filósofo alemán, llamó a esta necesidad de reconocimiento, “la lucha por el reconocimiento”. El deseo de reconocimiento es un estado mental intersubjetivo a través del cual un ser humano reconoce el valor o el estado de otro ser humano.
Esto hace que la lucha por el reconocimiento sea fundamentalmente diferente de otro tipo de luchas, por ejemplo, la lucha por el intercambio económico, ya que el conflicto es de suma cero en lugar de suma positiva. En otras palabras, el reconocimiento de una persona únicamente puede darse a expensas de la dignidad de otra. En las disputas por el estatus social, no hay situaciones donde “todos ganan,” como en el comercio (Fukuyama, 2011).
Actualmente, la lucha por el reconocimiento la podemos observar en las “políticas de identidad”. Las políticas de identidad es un enfoque político en el que personas de una etnia, nacionalidad, religión, género, orientación sexual, origen social, clase social u otros factores de identificación, desarrollan agendas políticas que están basadas en estas identidades. Al presente, las personas asumen múltiples identidades. Las personas luchan no solo por el reconocimiento o respeto individual, sino también en nombre de otros grupos que se desea sean reconocidos.
Sin embargo, este reconcomiendo, como se mencionó antes, se da a expensas de la dignidad de otros. En el cimiento del fenómeno del reconocimiento, se encuentran los juicios sobre el valor intrínseco de otros seres humanos, o sobre las normas, ideas y reglas que crean otros seres humanos. Esta lucha por reconocimiento social ha hecho que la tiranía de los primos resurja en la modernidad. Es decir, se visualice en las nuevas reglas o patrones de comportamiento sociales que se pretenden los miembros de una comunidad cumplan a lo largo del tiempo.
Hoy, “los primos” ya no son más la elite económica, los ancianos o el clero. Hoy los primos están en diversas jerarquías. Lo que significa que cualquiera puede ejercer reglas espontáneamente dentro de cualquier sociedad, apoyado por la lealtad del grupo tribal al cual se identifica. Esta tiranía de los primos se puede observar claramente en internet o en los medios sociales. El internet es el nuevo dominio para la discusión sobre el lenguaje, la política y las identidades. Cualquier desviación a comportamientos esperados de alguna persona es recibida con ira o condenación.
Hoy en día, incluso los comentarios aparentemente inocentes en las redes sociales pueden llevar a un grupo a unirse en gritos de indignación. Las turbas en internet juegan juegos de virtud para dominar a otros. El reconocimiento se otorga a los jugadores que hacen cumplir las reglas del grupo, tanto dentro como fuera del grupo con el que se identifica. Estas turbas palpitan con el horrible poder de los “primos,” La turba se burla, avergüenza, humilla, acosa, coacciona o amenaza a todo aquel que no esté dispuesto a cumplir con las reglas de los primos. Estamos viviendo lo que los antropólogos llaman los “campos de batalla tribales del siglo XXI” (Storr, 2021).
En estos campos de batalla del nuevo siglo, la virtud o la moral juega un papel muy importante para los individuos. El biólogo Richard D. Alexander (1925-2018) mencionaba que las presiones sociales forjadas por los efectos de una buena o mala reputación subyacen a la evolución de la moralidad. Las personas se ven a sí mismas como virtuosas y esa reputación, según Alexander, les importa grandemente. Sin embargo, esa reputación, solo puede darse a expensar de la reputación de otros. Para yo poder ser considerado moralmente bueno, por ejemplo, alguien más tiene que ser considerado malo.
El problema del comportamiento moral en un grupo, como un todo, es que el comportamiento moral beneficia a algunas personas a expensas de otras. En consecuencia, si un acto se percibe bueno, dependerá de quién ejecute ese acto y por qué. Los individuos constantemente monitorean el comportamiento de otros, así que ante la opinión publica un comportamiento tiene mucho más valor que otro. Es con base en esa evaluación que la tiranía de los primos resuelve quién merece todos los beneficios sociales – según patrones de comportamiento – y quién es condenado al ostracismo.
Todo parece indicar que en este momento se está viviendo un nuevo tipo de poder. Una batalla de poder entre pequeñas jerarquías o grupos tribales. Una lucha en la que la reputación, el reconocimiento, el comportamiento social con base a reglas unificadas juega un papel central. Un tipo de poder con remarcadas paradojas. Por un lado, los nuevos grupos tribales luchan por promover cooperación y justicia. Al mismo tiempo, buscan imponer su voluntad a otros a través de la vergüenza social, la humillación y/o el acoso. Sin embargo, es importante recordar que la reputación y el reconocimiento social no tiene sentido si este se impone. Después de todo, la admiración o el respeto de un individuo libre es mucho más satisfactorio que la reverencia de un esclavo (Wrangham, 2019).
Referencias
- Fukuyama, F. (2011) The Origins of Political Order: From Prehuman times to the French Revolution. New York, NY: Farrar, Straus and Giroux
- Storr, W. (2021). The Status Game: On Human Life and How to Play It: On Social Position and How We Use it. London, UK: Harper Collins Publishers.
- Wrangham, R. (2019). The Goodness Paradox: The Strange Relationship Between Virtue and Violence in Human Evolution. New York, NY: Pantheon Books.