Con el paso de los años, la idea de trabajo ha evolucionado hasta convertirse en algo más que un simple medio para ganarse la vida; se ha transformado en una filosofía generalizada que impregna varios aspectos de la vida, incluida la identidad de las personas. Este fenómeno de que el trabajo se apodera de la vida de las personas se conoce comúnmente como “obrismo”, lo que implica priorizar el trabajo por encima de todo lo demás, lo que a menudo lleva a las personas a definir su autoestima e identidad, principalmente a través de sus esfuerzos profesionales.
En la era actual, muchas personas parecen definirse a sí mismas por su ocupación, derivando un sentido de propósito, realización y estatus social de sus roles profesionales. Sin duda, el trabajo tiene un carácter multifacético y tiene implicaciones tanto para los individuos como para la sociedad.
El obrismo se remonta a la revolución industrial, un período marcado por cambios sociales significativos, incluido el surgimiento del capitalismo y el surgimiento de la fuerza laboral moderna. Con el advenimiento de la industrialización, el trabajo pasó a ser fundamental para la prosperidad económica y los individuos se identificaron cada vez más a través de sus ocupaciones. Con el tiempo, este énfasis en el trabajo como medio de autoexpresión y realización no ha hecho más que intensificarse, impulsado por factores como los avances tecnológicos, la globalización y los cambios culturales.
Las manifestaciones del obrismo son varias. A nivel individual, el obrismo se caracteriza por la búsqueda incesante del éxito profesional y la difuminación de los límites entre el trabajo y la vida personal. Las personas a menudo priorizan el avance profesional sobre otros aspectos de la vida, sacrificando el ocio, las relaciones y el bienestar personal en el proceso. Además, la glorificación de la “cultura del ajetreo” perpetúa la creencia de que la productividad constante es la clave para la realización, lo que provoca agotamiento y problemas de salud mental entre los trabajadores.
A nivel social, el obrismo se refleja en la valorización de la productividad y el crecimiento económico por encima de todo. Las políticas y normas sociales priorizan el trabajo sobre el tiempo libre, perpetuando una cultura de exceso de trabajo y estrés. Además, la estigmatización del desempleo o el subempleo refuerza aún más la noción de que el valor de una persona está intrínsecamente ligado a su éxito profesional. Esta presión social para sobresalir constantemente en el lugar de trabajo crea un círculo vicioso en el que las personas se sienten obligadas a dedicar más tiempo y energía al trabajo.
Este énfasis en priorizar el trabajo sobre otros aspectos de la vida (por ejemplo, las relaciones) ha fusionado el trabajo y la identidad. La conexión entre trabajo e identidad no es algo nuevo. Tiene raíces históricas que se remontan a civilizaciones antiguas, donde la ocupación a menudo determinaba el estatus social y el prestigio. Con la llegada de la modernidad, el trabajo también se convirtió en fuente de realización personal y validación social.
El entrelazamiento entre trabajo e identidad es evidente en varios aspectos de la sociedad contemporánea. Muchas personas obtienen un sentimiento de orgullo y autoestima de sus logros profesionales, y a menudo equiparan el éxito en el lugar de trabajo con la dignidad personal. Los roles ocupacionales a menudo van acompañados de expectativas y estereotipos sociales, que configuran la forma en que los individuos se perciben a sí mismos y son percibidos por los demás.
Además, los avances en la tecnología y la globalización han ampliado el alcance de las identidades profesionales, permitiendo a las personas cultivar personas en línea y marcas personales basadas en su trabajo. Las plataformas de redes sociales brindan una plataforma para que las personas muestren sus logros profesionales y establezcan contactos con pares de ideas afines, difuminando aún más los límites entre el trabajo y la identidad personal.
Para algunas personas, el trabajo se vuelve agotador y les lleva a descuidar otros aspectos de la vida, como las relaciones o los pasatiempos. Además, el énfasis en el trabajo como identidad puede perpetuar la desigualdad y la estratificación social. Quienes ejercen profesiones de alto estatus pueden disfrutar de mayores oportunidades de avance y reconocimiento social, mientras que otros enfrentan barreras de entrada y movilidad limitada.
Indudablemente, el entrelazamiento del trabajo y la identidad refleja la compleja interacción entre las aspiraciones individuales, las normas sociales y las estructuras económicas. Si bien el trabajo es sin duda un aspecto integral de la vida humana, su elevación al rango de ‘religión’ corre el riesgo de eclipsar otras dimensiones de la existencia humana. Abordar el obrismo requiere una reevaluación fundamental de los valores y normas personales, destacando la importancia del equilibrio, el propósito y la realización más allá de los límites del lugar de trabajo.
Referencias
Thompson, D. (2019). Workism is making Americans miserable. The Atlantic, 24.